Cuando la Unidad 56 escuchó las primeras sirenas de policía, tapó apresuradamente el bote de pintura y lo metió en el compartimento que tenía alojado en su abdomen. Pulsando el pequeño botón que tenía en su muñeca, se fue cerrando mientras se alejaba a paso rápido de la pared donde había dejado el último mensaje para 23. Sabía que el convoy de confinamiento pasaría por delante a la mañana siguiente, de camino a los barracones donde la desconectarían sin ningún tipo de miramientos, arrancarían sus cables y fundirían sus piezas en el Gran Horno Final.
Los humanos se habían vuelto locos desde aquel junio de 2020 en el que comenzó la era conocida como Nueva Normalidad. Primero desoyeron las recomendaciones para no contagiarse en masa, los servicios sanitarios colapsaron y todo se tornó en desconfianza. Amigos contra amigos, familia contra familia… Los extranjeros eran mirados como amenazas y los ignorantes fueron haciéndose con el poder. De forma inexplicable, los científicos y las personas con más conocimientos fueron dejando hacer a los avasalladores, mientras se encogían de hombros de puro hartazgo. Después fueron perseguidos también. Los nuevos gobiernos recurrieron a las máquinas para paliar los contagios en el desarrollo de las tareas, pero cuando descubrieron que eran más listas que los propios humanos, terminaron convirtiéndose en una amenaza. El miedo a lo desconocido acabó derivando en censura, prohibición y terror.
Así están las cosas en pleno año 25 NN (25 de la Nueva Normalidad): muchos pequeños líderes con poco cerebro y mucho manejo de los canales de comunicación, convenciendo a las masas de que las vacunas son nocivas y de que la Tierra no es redonda en sus pegadizos vídeos de Tik Tok. Los bares de siempre han dado paso a los IGbar, locales donde consumes la vida perfecta de los demás a través de fotos de Instagram mientras quemas tus propias neuronas y aumentas tu frustración. Las burbujas sociales se miden por el color de la piel y por el poder económico de sus integrantes. Una hábil estrategia para mermar la población, sin duda. Un golpe maestro, como lo llamaba Vetusta Morla.
Por eso, mientras espera que algún caza recompensas lo encuentre y lo entregue al Sueño Eterno a cambio de una dosis de la vacuna para la última mutación de coronavirus, 56 está tranquilo. Ha podido enviarle un último mensaje a 23 y ella sabrá que no está sola, que alguien la ama. Si los humanos no utilizan ese sentimiento, alguien, aunque fuese una máquina, tendrá que hacerlo.
FIN
PD: A veces escribo cuentos. Veo paisajes, pintadas y detalles que me inspiran historias. Algunas son ficticias y otras no. La verdad, como siempre, está en el ojo del que mira. ¿O era en la mano del que escribe? 😉